Lic. Augusto Cardona
Rosas
Hacia el
año 700 después de Cristo en el valle de Arequipa confluyen contactos culturales
con antecedentes que se remontan a periodos más antiguos, locales y procedentes
del altiplano puneño, de la costa y sierra Central Andina. Estos contactos son
estimulados por el éxito de la consolidación de los estados andinos, al
crecimiento poblacional generado por eficientes sistemas de producción agrícola
y ganadera, al acceso a los recursos de manera diversificada y a una sólida
cimentación ideológica.
En este panorama Tiwanaku y
Wari establecen un intenso sistema de intercambio, fundan poblaciones que
producen y acopian productos, establecen caravanas, facilitan las relaciones
intergrupales y propician el flujo de íconos o símbolos, que representarán la
escena cultural panandina durante los próximos 300 a 400 años.
La aplicación de nueva tecnologías productivas y controles
administrativos, vinieron acompañados de crecientes requerimientos agrícolas,
ideológicos e identidades iconográficas que facilitó la adquisición de derechos
sobre las tierras y sobre los cultivos, finalmente, el prestigio alcanzado
permitió la permeabilidad y aceptación ideológica de las
comunidades.
El paisaje geográfico cultural
Wari – Tiwanaku en Arequipa, segmenta a la región en dos subregiones. La primera
denominada Sub Región Norte de los Valles Occidentales[1]; que se extiende a través de los
valles norteños hasta el valle de Siguas y la segunda Sub Región que se extiende
entre los valles de la sección Sur, teniendo como límite el valle de Tambo. Un
área intermedia de transición, se encuentra entre los valles de Vítor – Chili,
que es una zona donde confluyen Tiwanaku y Wari, sociedades que se organizan en
torno a poblaciones agrícolas permanentes y semi permanentes. En la sub cuenca
del río Mollebaya, Chili y Vitor se encuentran una serie de aldeas y “tambos”,
que son administrados por poblaciones Tiwanaku y Wari, los sitios como
Corralones, Caihua y Millo por un lado y Sonqonata y Kasapatac en el otro
extremo del valle representan este proceso.
Los caminos prehispánicos
cimentados en el antiguo trajín de poblaciones aún más antiguas que Tiwanaku y
Wari, son de suma importancia, siendo posible que la red vial que posteriormente
“implementó” el estado Inca, se encuentre basada en este antiguo sistema vial.
Notemos además que la división de los
Suyos oficiales incas tenían un
eje que pasaba entre el río Chili y el Volcán Misti (Collasuyo y Kuntisuyo), no
hace más que confirmar una especie de antigua y tradicional “confín” o
“frontera” conceptualizado en términos modernos, y que localmente conocemos como
la “Chimba” y el “Colesuyo”.
La historia de las constantes
oscilaciones climáticas tiene un antiguo registro geológico, en especial en
capas sedimentarias que se encuentran a
lo largo y ancho del territorio peruano. Los periodos en los que se
acentúan lluvias y sequías son una constante y sabemos que han intervenido en el
desarrollo de los patrones generales de las sociedades prehispánicas. Como por
ejemplo, las oscilaciones climáticas medidas en el sedimento lacustre
especialmente del lago Titicaca y en los
depósitos de hielos “perpetuos” en el nevado Quelccaya (Cuzco), se han dado por
lo menos desde el Arcaico Temprano, durante el desarrollo de la denominada
cultura Vizcachani[2], hace 10000 años, época durante la
cual el nivel del lago estaba por lo menos 5 metros sobre el nivel actual y
formaba un gran lago que cubría un área de más de 43000 km2, incluyendo los
modernos lagos Poopo y Uru Uru. Un periodo de sequías progresivas se inició hace
8500 años y perduró, por lo menos, hasta el año 5500 antes de Cristo. El nivel
del lago llegó 50
metros por debajo de su nivel actual, volviéndose
endorreico y sus aguas un tanto saladas.
Un tercer periodo muestra un mejoría en las condiciones hidrológicas las cuales
eran más o menos fluctuantes, hacia los años 5000 y 2500 antes de Cristo, los
niveles del lago comienzan a elevarse, pero aún estaban 20 ó
30
metros más bajos que el nivel actual. Un último evento se
da entre los años 2500 antes de Cristo y 250 después de Cristo, acentuándose las
lluvias y subiendo su nivel hasta unos 10 m del nivel actual[3], coincidiendo con la expansión
Chavín y el apogeo de Pukara.
Por otra parte. Las muestras
de núcleos o columnas de sedimentos extraídos mediante perforación del nevado
Quelccaya exponen los cambios climáticos de por lo menos los últimos 1500 años,
siendo notorio una fase de sequía entre los años 500 y 750 después de
Cristo; una segunda fase de sequedad
golpea con fuerza entre los años 1000 y 1100. Estos dos momentos marcan el
surgimiento, desarrollo y decadencia de las sociedades Tiwanaku y
Wari.
Otras investigaciones
arqueológicas están exponiendo evidencias, que demuestran que a lo largo de la
costa el fenómeno de El Niño ha influido en el normal desarrollo de las sociedades andinas[4].
La crisis
climática afectó tanto a la periferia como al centro de las sociedades. La
creciente insuficiencia de alimentos, pudo percibirse como la pérdida del
prestigio de las esferas de poder político e ideológico, ocasionando el abandono
de los principales centros religiosos y el colapso de los sistemas que permitían
la integración del Estado.
El desgaste de
la identidad estatal, se reflejó en los asentamientos ubicados en los valles
occidentales, propiciando la reorganización general de las sociedades. Al no
existir enlaces centralizados administrativos políticos, religiosos y sus
beneficios, las poblaciones se dividen y conforman agrupaciones de poblados o
cacicazgos con jurisdicción en áreas fraccionadas o limitadas.
Las nuevas
sociedades en el valle de Arequipa se organizan en torno a curacazgos y reciben
una serie de nombres, pero se agrupan arqueológicamente bajo el nombre de
Churajón. Entre la decadencia y reorganización de esta sociedad, se encuentran
tres fases o etapas. Una de ellas es conocida como fase Kakallinka, otra como
Churajón o Churajón Medio y la fase final es Churajón Tardío o Tres
Cruces.
La primera fase
se caracteriza por el establecimiento de un significativo número de pequeños
asentamientos localizados en la cima de los cerros que mantienen un patrón de
distribución disperso. La segunda fase muestra la reagrupación en núcleos
residenciales más consolidados y estratégicamente posicionados, administrando
segmentos de valle y gobernando el acceso a las fuentes de agua (ríos,
manantiales o canales de regadío). La tercera fase se encuentra bajo la
administración incaica, los asentamientos de la fase anterior continúan siendo
habitados con muy pocos cambios en su diseño de viviendas e inclusive en su
vajilla, pero sin control independiente administrativo, político y
religioso.
Según las
crónicas y otros documentos[5], se puede identificar cuales eran
los principales curacazgos y etnias originarias asentadas en el valle de
Arequipa, en los primeros años luego de la conquista hispana. El curacazgo de Pocsi se extendía desde el
actual pueblo de Pocsi, que era cabecera del curacazgo, hasta Sogay, Quequeña,
Yarabamba, Piaca, Charilaca, Tulaluna, Saache y el vallecito de Chapi,
incluyendo al sitio epónimo Churajón, con posesiones de terrenos en el valle de
Tambo y en las islas guaneras de Cocotea e Yñañe. Este curacazgo en el siglo XVI
tributaba ají y coca[6].
A lo largo del
río Chiguata y extendiéndose hasta Yumina y Socabaya, se encontraba una etnia de
nombre no identificado y otra de tamaño aparentemente pequeño que son nombrados
como Copoatas. Los Yarabayas eran una etnia local que abarcaba la mayor
proporción de tierras irrigadas que estaban comprendidas entre Chilina,
Porongoche y Tiabaya.
La cultura
Churajón compartió una administración sustentada bajo identidades de parentesco
y tradición. La interrelación de los curacazgos de Arequipa con los de Moquegua,
fue bastante común e intensa, intercambiando coca, guano de islas, sal y ají.
Como ejemplo, Galdos[7] señala que de la isla Pocoata del
Tambo de los Puquinas o del pueblo de Puquina, comercializaban intensamente con
los curacas de los pueblos de Chiguata, Pocsi, Omate, Ubinas y el valle de
Tambo, o aún más distantes como la establecida con los señores de Carumas en la
sierra de Moquegua. Similar relación se encuentra en la explotación y comercio
de las salinas ubicadas detrás del Pichu Pichu, lugar al que concurrían varios
grupos étnicos a proveerse o intercambiar sus recursos por sal[8]. Uno de estos lugares de intercambio
era Tambo de Ají, lugar donde coinciden varios caminos que van hacia Arequipa,
Moquegua, Puquina y el altiplano, aún se encuentran los restos del antiguo
tambo. Tambo de Sal se encontraba al Oeste de Tambo de Ají, sobre el camino que
corría paralelo a la laguna, lugar donde actualmente se encuentra una antigua
capilla católica.
Kallanka de Tambo de Ají, Las
Salinas, Arequipa.
La palabra “coa” corresponde al nombre de una
acequia local, pero su traducción en lengua Puquina es la de serpiente, mientras
que en quechua es la de felino o gato. Pichenique era el nombre de un dios local
que apareció en el año de 1600 en el río Tambo. Según la descripción de
Albornoz, tenía forma de una serpiente[10]. La serpiente, el felino y las
representaciones relacionados con los fenómenos climáticos, son parte de una
compleja ideología. Los pueblos que se desarrollaron en áreas de desierto
estuvieron expuestos a las variaciones climáticas, con sorpresivos periodos de
sequías que afectaron el normal
crecimiento y desarrollo de las plantas, reproducción y sostenimiento de
animales, produciendo además stress en las relaciones comunales e
intergrupales.
Los rituales al
volcán Misti, que era conocido como Putina, deben haber tenido su origen durante
el Periodo Intermedio Tardío. Las investigaciones arqueológicas han arrojado un
singular patrón que se encuentra en la mayoría de aldeas Churajón, las cuales
ostentan una pequeña plaza central, que se ubica en el lugar más prominente del
asentamiento y que se orienta directamente hacia el macizo volcánico. Similar
patrón ostentan algunos sitios del periodo Inca, tales como Huacuchara y un
sector de Kakallinca.
Fray Martín de
Murúa[11] en el siglo XVI describió como
parte de un relato sobre la erupción del Misti:
“Después se sucedió otro
terremoto con grandísimos temblores despidiendo toda esa noche grandes
llamaradas de fuego con terribles ruidos y gran hediondez de azufre acompañada
de mucha cantidad de piedras y cenizas y portentosos truenos por espacio de
cinco días llovió ceniza de hasta de 150 leguas de distancia, salvó el
poblamiento del distrito llamado San Lázaro debido a que los indios se
encontraban haciendo mitimaes en el Cuzco y regresaron a poblarlo”.
Por su parte Gracilazo de la
Vega[12], señaló que el Inca Maita Capac, en
el año de 1140 encontró el valle de Arequipa sin habitantes, el cual había sido
despoblado por las continuas erupciones del volcán y ordenó repoblar el valle,
fundando numerosos pueblos, entre ellos el de la Chimba y Socahuaya (Maucallacta de
Socabaya).
Según estas
informaciones, la administración del valle en tiempos incaicos se daría,
aparentemente, en dos etapas. La primera desarrollada en tiempos previos a la
erupción del volcán Misti[13] y la segunda al traslado o
implantación de mitimaes hacia el valle de Arequipa. En la segunda fase la
valides de los suyos oficiales incas
se patentizan con la distribución de los mitimaes, los cuales según su región de
procedencia (Collasuyo o Kuntisuyo) fueron establecidos separadamente en cada
una de las bandas del río Chili y también hace notoria la posesión de terrenos y
su legitimización efectuada a través de
la implantación de mitimaes de privilegio, de la oficialización de rituales al
Sol, al volcán, etc., de la reorganización de las tierras productivas
destinándose tierras al Sol y al Inca[14], de la reconstrucción de terrazas
de cultivo según patrones estatales, de la apropiación y formalización de lugares sacros como manantiales, de la
siembra oficial del maíz y los mitos relacionados[15].
El asentamiento
prehispánico de Yumina fue el lugar seleccionado para la residencia de los
“Orejones de Yumina”, incas de privilegio de alguna panaca real. Muy a pesar de
su singular nobleza, el asentamiento no presenta edificaciones con mampuestos de
factura cuzqueña, por el contrario, emplea los mismos materiales sencillos y sin
labrar que los empleados en periodos previos. De planta se observan recintos
cuadrangulares y patios que forman pequeños conjuntos que se conectan a través
de algunos callejones o pasajes.
En cuanto a la
producción de cerámica local, presenta algunos cambios en la decoración y
morfología evidenciando la influencia incaica, pero manteniendo en gran medida
los rasgos característicos de su estilo (Churajón Tardío o Tres Cruces). Por el
contrario la producción de cerámica Inca es notoriamente disgregable por su
policromía, diseños y formas, la distancia entre ambos grupos de vasijas es
evidente y deliberada.
Un tercer grupo
de cerámica está conformado por el material denominado Collagua Tardío o Inca
Collagua. Sus formas y decoración y tratamiento muestran una fuerte influencia y
asimilación de patrones icono-morfológicos Inca. Este grupo se relaciona con los
grupos de mitimaes del Kuntisuyo.
El Núcleo Norte
de la aldea de Yumina, presenta una estratégica ubicación geográfica, con
magnífica amplitud de visibilidad panorámica hacia el resto valle de Arequipa,
que se suma a las tomas de agua que se derivan del río Socabaya, a la
administración y sacralidad vinculada con el manante conocido como “Ojo del
Milagro”, a la reconstrucción de
impresionantes terrazas de cultivo con inconfundible patrón Inca[16] y a una privilegiada producción
maicera.
La importancia
del maíz trascendió las necesidades alimenticias, fue un símbolo de privilegio y
de sacralizad. La temporada de siembra en todo el territorio incaico se iniciaba
en el Cuzco con la ceremonia de la siembra del maíz en terrenos de Saucero, en
la cual participaba en Inca y las panacas reales. (Op, cit). Del maíz se elabora
la chicha una bebida de virtudes
alimenticias, refrescantes y de uso ritual. La ubicación de lugares donde se
producen abundantes cosechas y privilegiadas variedades de maíz, señalan la
presencia de grupos de elite que reproducen localmente los símbolos cusqueños.
Es notable el caso de los quechuas de Cabana Kunti, lugar de mayor producción de
este grano -maíz “cabañita”- de todo el valle del Colca, y también de los incas de privilegio en el valle
de Arequipa. Por ejemplo, aún persiste en Yumina el cultivo de un tipo especial
de maíz denominado “chullpe” y en Cayma
y Yanahuara, dentro del área de Kuntisuyo, se cultiva el maíz “Caymeño”, ambos
de gran prestigio y acogida.
La sacralización
de la geografía (terrazas de cultivo, canales, ríos y lagunas y reservorios),
representa la oficialización de los ritos del estado Inca en superposición y
remplazo de los ritos locales, administrando y formalizando las nuevas
relaciones productivas entre el Estado y las comunidades
locales.
Comentarios
finales
La región de Arequipa prehispánicamente se ha constituido en una zona
que ha mantenido, por lo menos, en los últimos 1300 años, múltiples contactos
culturales, permitiendo a su ves el establecimiento de sistemas de comunicación
por los cuales han fluido la amalgama de ideas que singularizan que
caracterizaran a sus desarrollos culturales.
La profundidad cronológica y la trascendencia de los procesos
ideológicos a pesar de los profundos cambios climáticos y de la
desestabilización y caída de Tiwanaku - Wari, surgimiento e incorporación del
Estado Cuzqueño, mantienen áreas tradicionales de identidad, que se reflejan en
los conceptos fundamentales expresados en la organización de los espacios
geográficos e iconográficamente
La identidad territorial oficializada por los Suyos incas, reflejan la
vigencia de límites o fronteras tradicionales que se hicieron tangibles desde el
establecimiento de las sociedades Wari y Tiwanaku. Trascendiendo a la época Inca
y determinando la distribución de los mitimaes según el Suyo de origen o
procedencia. La apropiación de sectores del valle seleccionados por el acceso,
recursos, producción de maíz de calidad (Cabanaconde, Cayma – Yumina) y
homogenización de los rituales en una amplia área, oficializa a los clanes y
determina el centro del cual se derivarán las directivas en representación del
estado legitimando sus funciones.
El modelo estatal Inca aplicado en el valle de Arequipa señala el manejo
de una estrategia que reclama un estado imperial. El modelo aplica fuertemente
los conceptos ideológicos cuzqueños, incluyendo la implantación y/o traslado de
personas o mitimaes, en los patrones urbanos y agrícolas, reorganizan las
tierras de cultivo y las sacralizan u oficializan entregándolas simbólicamente
al Sol, la Luna y al Inca, obligan a las poblaciones a servirlas a través de la
mita y controlan la redistribución de
la producción.
El otro discurso permite a los señoríos locales conservar rasgos
culturales e ideológicos expresados principalmente en la iconografía, morfología
cerámica, en el manejo y distribución tradicional de los recursos como el guano,
la sal y el ají, manteniendo indirectamente identidades y fundando las alianzas
estratégicas de dominación.
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Useda, 1992) en Cardona 2002: 66].
[5] Estudiados especialmente por: Galdós, 1977, 1982, 1984, 1985, 1988,
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[6]
(Galdós 2000).
[7]
(Galdós 1988)
[12] Gracilazo de la Vega
1960).
[14] Entre estas tierras se
encontraban las ubicadas sobre la barranca del río y fueron encontradas sin
riego al momento de la fundación española de la ciudad de Arequipa en
1540.
[16] Estas terrazas deben ser interpretadas como una representación del poder
y orden social impuesto por el Estado cuzqueño.
[17] En 1955
(2002), Teresa Carreón llama la atención sobre los rituales relacionados con el
culto al agua.
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