lunes, 26 de noviembre de 2012

Reflexiones Acerca de la Legitimizacion del Estado Inca en Arequipa

REFLEXIONES ACERCA DE LA LEGITIMIZACION DEL ESTADO INCA EN AREQUIPA 
Lic. Augusto Cardona Rosas
 
Hacia el año 700 después de Cristo en el valle de Arequipa confluyen contactos culturales con antecedentes que se remontan a periodos más antiguos, locales y procedentes del altiplano puneño, de la costa y sierra Central Andina. Estos contactos son estimulados por el éxito de la consolidación de los estados andinos, al crecimiento poblacional generado por eficientes sistemas de producción agrícola y ganadera, al acceso a los recursos de manera diversificada y a una sólida cimentación ideológica.
En este panorama Tiwanaku y Wari establecen un intenso sistema de intercambio, fundan poblaciones que producen y acopian productos, establecen caravanas, facilitan las relaciones intergrupales y propician el flujo de íconos o símbolos, que representarán la escena cultural panandina durante los próximos 300 a 400 años.
La aplicación de nueva tecnologías productivas y controles administrativos, vinieron acompañados de crecientes requerimientos agrícolas, ideológicos e identidades iconográficas que facilitó la adquisición de derechos sobre las tierras y sobre los cultivos, finalmente, el prestigio alcanzado permitió la permeabilidad y aceptación ideológica de las comunidades.
El paisaje geográfico cultural Wari – Tiwanaku en Arequipa, segmenta a la región en dos subregiones. La primera denominada Sub Región Norte de los Valles Occidentales[1]; que se extiende a través de los valles norteños hasta el valle de Siguas y la segunda Sub Región que se extiende entre los valles de la sección Sur, teniendo como límite el valle de Tambo. Un área intermedia de transición, se encuentra entre los valles de Vítor – Chili, que es una zona donde confluyen Tiwanaku y Wari, sociedades que se organizan en torno a poblaciones agrícolas permanentes y semi permanentes. En la sub cuenca del río Mollebaya, Chili y Vitor se encuentran una serie de aldeas y “tambos”, que son administrados por poblaciones Tiwanaku y Wari, los sitios como Corralones, Caihua y Millo por un lado y Sonqonata y Kasapatac en el otro extremo del valle representan este proceso.
Los caminos prehispánicos cimentados en el antiguo trajín de poblaciones aún más antiguas que Tiwanaku y Wari, son de suma importancia, siendo posible que la red vial que posteriormente “implementó” el estado Inca, se encuentre basada en este antiguo sistema vial. Notemos además que la división de los Suyos oficiales incas tenían un eje que pasaba entre el río Chili y el Volcán Misti (Collasuyo y Kuntisuyo), no hace más que confirmar una especie de antigua y tradicional “confín” o “frontera” conceptualizado en términos modernos, y que localmente conocemos como la “Chimba” y el “Colesuyo”.
La historia de las constantes oscilaciones climáticas tiene un antiguo registro geológico, en especial en capas sedimentarias que se encuentran a lo largo y ancho del territorio peruano. Los periodos en los que se acentúan lluvias y sequías son una constante y sabemos que han intervenido en el desarrollo de los patrones generales de las sociedades prehispánicas. Como por ejemplo, las oscilaciones climáticas medidas en el sedimento lacustre especialmente del lago Titicaca y en los depósitos de hielos “perpetuos” en el nevado Quelccaya (Cuzco), se han dado por lo menos desde el Arcaico Temprano, durante el desarrollo de la denominada cultura Vizcachani[2], hace 10000 años, época durante la cual el nivel del lago estaba por lo menos 5 metros sobre el nivel actual y formaba un gran lago que cubría un área de más de 43000 km2, incluyendo los modernos lagos Poopo y Uru Uru. Un periodo de sequías progresivas se inició hace 8500 años y perduró, por lo menos, hasta el año 5500 antes de Cristo. El nivel del lago llegó 50 metros por debajo de su nivel actual, volviéndose endorreico y sus aguas un tanto saladas. Un tercer periodo muestra un mejoría en las condiciones hidrológicas las cuales eran más o menos fluctuantes, hacia los años 5000 y 2500 antes de Cristo, los niveles del lago comienzan a elevarse, pero aún estaban 20 ó 30 metros más bajos que el nivel actual. Un último evento se da entre los años 2500 antes de Cristo y 250 después de Cristo, acentuándose las lluvias y subiendo su nivel hasta unos 10 m del nivel actual[3], coincidiendo con la expansión Chavín y el apogeo de Pukara.
Por otra parte. Las muestras de núcleos o columnas de sedimentos extraídos mediante perforación del nevado Quelccaya exponen los cambios climáticos de por lo menos los últimos 1500 años, siendo notorio una fase de sequía entre los años 500 y 750 después de Cristo; una segunda fase de sequedad golpea con fuerza entre los años 1000 y 1100. Estos dos momentos marcan el surgimiento, desarrollo y decadencia de las sociedades Tiwanaku y Wari.
Otras investigaciones arqueológicas están exponiendo evidencias, que demuestran que a lo largo de la costa el fenómeno de El Niño ha influido en el normal desarrollo de las sociedades andinas[4].
La crisis climática afectó tanto a la periferia como al centro de las sociedades. La creciente insuficiencia de alimentos, pudo percibirse como la pérdida del prestigio de las esferas de poder político e ideológico, ocasionando el abandono de los principales centros religiosos y el colapso de los sistemas que permitían la integración del Estado.
El desgaste de la identidad estatal, se reflejó en los asentamientos ubicados en los valles occidentales, propiciando la reorganización general de las sociedades. Al no existir enlaces centralizados administrativos políticos, religiosos y sus beneficios, las poblaciones se dividen y conforman agrupaciones de poblados o cacicazgos con jurisdicción en áreas fraccionadas o limitadas.
Las nuevas sociedades en el valle de Arequipa se organizan en torno a curacazgos y reciben una serie de nombres, pero se agrupan arqueológicamente bajo el nombre de Churajón. Entre la decadencia y reorganización de esta sociedad, se encuentran tres fases o etapas. Una de ellas es conocida como fase Kakallinka, otra como Churajón o Churajón Medio y la fase final es Churajón Tardío o Tres Cruces.
La primera fase se caracteriza por el establecimiento de un significativo número de pequeños asentamientos localizados en la cima de los cerros que mantienen un patrón de distribución disperso. La segunda fase muestra la reagrupación en núcleos residenciales más consolidados y estratégicamente posicionados, administrando segmentos de valle y gobernando el acceso a las fuentes de agua (ríos, manantiales o canales de regadío). La tercera fase se encuentra bajo la administración incaica, los asentamientos de la fase anterior continúan siendo habitados con muy pocos cambios en su diseño de viviendas e inclusive en su vajilla, pero sin control independiente administrativo, político y religioso.
Según las crónicas y otros documentos[5], se puede identificar cuales eran los principales curacazgos y etnias originarias asentadas en el valle de Arequipa, en los primeros años luego de la conquista hispana. El curacazgo de Pocsi se extendía desde el actual pueblo de Pocsi, que era cabecera del curacazgo, hasta Sogay, Quequeña, Yarabamba, Piaca, Charilaca, Tulaluna, Saache y el vallecito de Chapi, incluyendo al sitio epónimo Churajón, con posesiones de terrenos en el valle de Tambo y en las islas guaneras de Cocotea e Yñañe. Este curacazgo en el siglo XVI tributaba ají y coca[6].
A lo largo del río Chiguata y extendiéndose hasta Yumina y Socabaya, se encontraba una etnia de nombre no identificado y otra de tamaño aparentemente pequeño que son nombrados como Copoatas. Los Yarabayas eran una etnia local que abarcaba la mayor proporción de tierras irrigadas que estaban comprendidas entre Chilina, Porongoche y Tiabaya.

La cultura Churajón compartió una administración sustentada bajo identidades de parentesco y tradición. La interrelación de los curacazgos de Arequipa con los de Moquegua, fue bastante común e intensa, intercambiando coca, guano de islas, sal y ají. Como ejemplo, Galdos[7] señala que de la isla Pocoata del Tambo de los Puquinas o del pueblo de Puquina, comercializaban intensamente con los curacas de los pueblos de Chiguata, Pocsi, Omate, Ubinas y el valle de Tambo, o aún más distantes como la establecida con los señores de Carumas en la sierra de Moquegua. Similar relación se encuentra en la explotación y comercio de las salinas ubicadas detrás del Pichu Pichu, lugar al que concurrían varios grupos étnicos a proveerse o intercambiar sus recursos por sal[8]. Uno de estos lugares de intercambio era Tambo de Ají, lugar donde coinciden varios caminos que van hacia Arequipa, Moquegua, Puquina y el altiplano, aún se encuentran los restos del antiguo tambo. Tambo de Sal se encontraba al Oeste de Tambo de Ají, sobre el camino que corría paralelo a la laguna, lugar donde actualmente se encuentra una antigua capilla católica.

Kallanka de Tambo de Ají, Las Salinas, Arequipa.
La máxima y más prestigiosa deidad de Tiwanaku fue sin duda la de la Puerta del Sol. El desprestigio de este dios, debió ser simultáneo a la caída de esta sociedad. Sin embargo, muy a pesar de este proceso de decaimiento y desarticulación general del espacio que constituyó Tiwanaku, no emergieron nuevas deidades. Por el contrario, el proceso religioso se encontraba bastante maduro, correspondiendo este proceso de destrucción y surgimiento al concepto andino que es conocido como Pachacuti o de renovación[9], localmente manifestado con la reinterpretación de las deidades bajo manifestaciones y nombres locales, pero que representan o simbolizan los mismos orígenes y conceptos. Para Tiwanaku el dios de la portada sostiene dos varas, báculos o figuras serpentiformes terminadas en cabezas de aves falcónidas. La figura humanizada presenta una posición de frente y brazos flexionados hacia los lados. Sostiene los símbolos del dominio y conocimiento de los fenómenos climáticos, el agua, los truenos y rayos, etc. Esta simbología se encuentra en numerosos petroglifos del valle de Arequipa, cuyas figuras serpentiformes, personajes en posición de salutación, conforman parte esta parafernalia simbólica. Se suman en el área del valle que corresponde a Kuntisuyo, íconos de felinos decorados con puntos o círculos que representan igualmente los fenómenos climáticos.
La palabra “coa” corresponde al nombre de una acequia local, pero su traducción en lengua Puquina es la de serpiente, mientras que en quechua es la de felino o gato. Pichenique era el nombre de un dios local que apareció en el año de 1600 en el río Tambo. Según la descripción de Albornoz, tenía forma de una serpiente[10]. La serpiente, el felino y las representaciones relacionados con los fenómenos climáticos, son parte de una compleja ideología. Los pueblos que se desarrollaron en áreas de desierto estuvieron expuestos a las variaciones climáticas, con sorpresivos periodos de sequías que afectaron el normal crecimiento y desarrollo de las plantas, reproducción y sostenimiento de animales, produciendo además stress en las relaciones comunales e intergrupales.
Los rituales al volcán Misti, que era conocido como Putina, deben haber tenido su origen durante el Periodo Intermedio Tardío. Las investigaciones arqueológicas han arrojado un singular patrón que se encuentra en la mayoría de aldeas Churajón, las cuales ostentan una pequeña plaza central, que se ubica en el lugar más prominente del asentamiento y que se orienta directamente hacia el macizo volcánico. Similar patrón ostentan algunos sitios del periodo Inca, tales como Huacuchara y un sector de Kakallinca.
Fray Martín de Murúa[11] en el siglo XVI describió como parte de un relato sobre la erupción del Misti:
“Después se sucedió otro terremoto con grandísimos temblores despidiendo toda esa noche grandes llamaradas de fuego con terribles ruidos y gran hediondez de azufre acompañada de mucha cantidad de piedras y cenizas y portentosos truenos por espacio de cinco días llovió ceniza de hasta de 150 leguas de distancia, salvó el poblamiento del distrito llamado San Lázaro debido a que los indios se encontraban haciendo mitimaes en el Cuzco y regresaron a poblarlo”.
Por su parte Gracilazo de la Vega[12], señaló que el Inca Maita Capac, en el año de 1140 encontró el valle de Arequipa sin habitantes, el cual había sido despoblado por las continuas erupciones del volcán y ordenó repoblar el valle, fundando numerosos pueblos, entre ellos el de la Chimba y Socahuaya (Maucallacta de Socabaya).
Según estas informaciones, la administración del valle en tiempos incaicos se daría, aparentemente, en dos etapas. La primera desarrollada en tiempos previos a la erupción del volcán Misti[13] y la segunda al traslado o implantación de mitimaes hacia el valle de Arequipa. En la segunda fase la valides de los suyos oficiales incas se patentizan con la distribución de los mitimaes, los cuales según su región de procedencia (Collasuyo o Kuntisuyo) fueron establecidos separadamente en cada una de las bandas del río Chili y también hace notoria la posesión de terrenos y su legitimización efectuada a través de la implantación de mitimaes de privilegio, de la oficialización de rituales al Sol, al volcán, etc., de la reorganización de las tierras productivas destinándose tierras al Sol y al Inca[14], de la reconstrucción de terrazas de cultivo según patrones estatales, de la apropiación y formalización de lugares sacros como manantiales, de la siembra oficial del maíz y los mitos relacionados[15].
El asentamiento prehispánico de Yumina fue el lugar seleccionado para la residencia de los “Orejones de Yumina”, incas de privilegio de alguna panaca real. Muy a pesar de su singular nobleza, el asentamiento no presenta edificaciones con mampuestos de factura cuzqueña, por el contrario, emplea los mismos materiales sencillos y sin labrar que los empleados en periodos previos. De planta se observan recintos cuadrangulares y patios que forman pequeños conjuntos que se conectan a través de algunos callejones o pasajes.
En cuanto a la producción de cerámica local, presenta algunos cambios en la decoración y morfología evidenciando la influencia incaica, pero manteniendo en gran medida los rasgos característicos de su estilo (Churajón Tardío o Tres Cruces). Por el contrario la producción de cerámica Inca es notoriamente disgregable por su policromía, diseños y formas, la distancia entre ambos grupos de vasijas es evidente y deliberada.
Un tercer grupo de cerámica está conformado por el material denominado Collagua Tardío o Inca Collagua. Sus formas y decoración y tratamiento muestran una fuerte influencia y asimilación de patrones icono-morfológicos Inca. Este grupo se relaciona con los grupos de mitimaes del Kuntisuyo.
El Núcleo Norte de la aldea de Yumina, presenta una estratégica ubicación geográfica, con magnífica amplitud de visibilidad panorámica hacia el resto valle de Arequipa, que se suma a las tomas de agua que se derivan del río Socabaya, a la administración y sacralidad vinculada con el manante conocido como “Ojo del Milagro”, a la reconstrucción de impresionantes terrazas de cultivo con inconfundible patrón Inca[16] y a una privilegiada producción maicera.
La importancia del maíz trascendió las necesidades alimenticias, fue un símbolo de privilegio y de sacralizad. La temporada de siembra en todo el territorio incaico se iniciaba en el Cuzco con la ceremonia de la siembra del maíz en terrenos de Saucero, en la cual participaba en Inca y las panacas reales. (Op, cit). Del maíz se elabora la chicha una bebida de virtudes alimenticias, refrescantes y de uso ritual. La ubicación de lugares donde se producen abundantes cosechas y privilegiadas variedades de maíz, señalan la presencia de grupos de elite que reproducen localmente los símbolos cusqueños. Es notable el caso de los quechuas de Cabana Kunti, lugar de mayor producción de este grano -maíz “cabañita”- de todo el valle del Colca, y también de los incas de privilegio en el valle de Arequipa. Por ejemplo, aún persiste en Yumina el cultivo de un tipo especial de maíz denominado “chullpe” y en Cayma y Yanahuara, dentro del área de Kuntisuyo, se cultiva el maíz “Caymeño”, ambos de gran prestigio y acogida.
Las piedras votivas denominadas “maquetas”[17] que han sido descritas en el valle del Colca por Wernke (2003); Cardona et al (2004); en Chuquibamba (Cardona 2002) y en otros valles arequipeños, como Polobaya, Chiguata y Huanca y Taya (Simborth 2005), y recientemente en Yarabamba (Cardona 2007), son representaciones de sistemas hidráulicos y de áreas agrícolas bajo riego. Algunas veces son de considerable envergadura como la Piedra del Niño en Chuquibamba, están asociadas a superficies agrícolas bajo riego o inmediatas a ellas, y en algunos casos se encuentran al interior de las aldeas prehispánicas como Tambo de León en Chiguata, en Maucallacta de Polobaya, en asociaciones con arquitectura y cerámica tardía del periodo Inca. También se han registrado estas asociaciones en el sector de Peña Blanca o Choquetico –valle del Colca-, específicamente en los sitios denominados Karkape y Wayra Warangani, a los que se suman la presencia de vanos trapezoidales que reflejan a la arquitectura formal Inca.
La sacralización de la geografía (terrazas de cultivo, canales, ríos y lagunas y reservorios), representa la oficialización de los ritos del estado Inca en superposición y remplazo de los ritos locales, administrando y formalizando las nuevas relaciones productivas entre el Estado y las comunidades locales.
Comentarios finales
La región de Arequipa prehispánicamente se ha constituido en una zona que ha mantenido, por lo menos, en los últimos 1300 años, múltiples contactos culturales, permitiendo a su ves el establecimiento de sistemas de comunicación por los cuales han fluido la amalgama de ideas que singularizan que caracterizaran a sus desarrollos culturales.
La profundidad cronológica y la trascendencia de los procesos ideológicos a pesar de los profundos cambios climáticos y de la desestabilización y caída de Tiwanaku - Wari, surgimiento e incorporación del Estado Cuzqueño, mantienen áreas tradicionales de identidad, que se reflejan en los conceptos fundamentales expresados en la organización de los espacios geográficos e iconográficamente
La identidad territorial oficializada por los Suyos incas, reflejan la vigencia de límites o fronteras tradicionales que se hicieron tangibles desde el establecimiento de las sociedades Wari y Tiwanaku. Trascendiendo a la época Inca y determinando la distribución de los mitimaes según el Suyo de origen o procedencia. La apropiación de sectores del valle seleccionados por el acceso, recursos, producción de maíz de calidad (Cabanaconde, Cayma – Yumina) y homogenización de los rituales en una amplia área, oficializa a los clanes y determina el centro del cual se derivarán las directivas en representación del estado legitimando sus funciones.
El modelo estatal Inca aplicado en el valle de Arequipa señala el manejo de una estrategia que reclama un estado imperial. El modelo aplica fuertemente los conceptos ideológicos cuzqueños, incluyendo la implantación y/o traslado de personas o mitimaes, en los patrones urbanos y agrícolas, reorganizan las tierras de cultivo y las sacralizan u oficializan entregándolas simbólicamente al Sol, la Luna y al Inca, obligan a las poblaciones a servirlas a través de la mita y controlan la redistribución de la producción.
El otro discurso permite a los señoríos locales conservar rasgos culturales e ideológicos expresados principalmente en la iconografía, morfología cerámica, en el manejo y distribución tradicional de los recursos como el guano, la sal y el ají, manteniendo indirectamente identidades y fundando las alianzas estratégicas de dominación.
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[1] (De La Vera et al 1996).
[2] (Bouysse-Cassagne, Therese et al, 1988).
[3] Op.Cit.
[4] [(Kolata, 1993; Moseley, 1993; Moseley et al 1992, ms; Kaulicke, 1992; Useda, 1992) en Cardona 2002: 66].
[5] Estudiados especialmente por: Galdós, 1977, 1982, 1984, 1985, 1988, 1993, 1994, 1995, 2000, Málaga M. 1974, Cook. 1975; Macera 1989; Pease 1977 a, b, 1980, 1985; 2003. Julien ms, 1991, 1997.
[6] (Galdós 2000).
[7] (Galdós 1988)
[8] (Rostowrowski 1981).
[9] (Bouysse-Cassagne, et al. 1988).
[10] (Duviols 1984).
[11] (Fr. Martín de Murúa- 1946)
[12] Gracilazo de la Vega 1960).
[13] (Thouret 1999; Legros 2001; Chávez 1993)
[14] Entre estas tierras se encontraban las ubicadas sobre la barranca del río y fueron encontradas sin riego al momento de la fundación española de la ciudad de Arequipa en 1540.
[15] (Bauer 1996).
[16] Estas terrazas deben ser interpretadas como una representación del poder y orden social impuesto por el Estado cuzqueño.
[17] En 1955 (2002), Teresa Carreón llama la atención sobre los rituales relacionados con el culto al agua.

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